Cuando una pareja inicia su convivencia, cada miembro aporta sus cualidades y sus limitaciones; por tanto, de forma inconsciente se van adoptando “papeles” dentro de la relación en función de las habilidades que cada uno tiene.
A medida que pasa el tiempo, nos vamos afianzando en los roles adquiridos. Por simple eficacia, tendemos a hacer lo que mejor se nos da. De ese modo, alcanzamos un cierto equilibrio en el que cada uno colabora en algo y asume unas responsabilidades.
Y no significa que el otro no “colabore” en alguna de esas áreas que el otro domina, sino que “no decide nunca”. Yo soy quién se da cuenta de que ya toca limpiar las persianas, y organizo el fin de semana próximo para que lo hagamos. Ambos colaboramos, pero yo organizo, decido,…domino.
Y hay que resaltar que estas “áreas” también pueden ser “emocionales” y no solo de tipo “operativo”, como mantener un clima de cercanía en nuestra relación o tomar la iniciativa en nuestras relaciones sexuales.
Un síntoma claro de nuestro dominio es cuando nos descubrimos diciendo frases del tipo:
“Quita, que así no vamos a terminar nunca”,
“¡Ay, si no estuviese yo aquí, no sé lo que harías!”, “Ya estás otra vez viendo la televisión mientras yo…”,
“¡Qué bien vives! Si yo no controlase nuestras cuentas, ya nos habríamos arruinado”,
.…con las que buscamos inconscientemente hacernos aún más valiosos a los ojos del otro.
En este “equilibrio” que alcanzamos, algo ganamos: en las áreas que dominamos nos reafirmamos en nuestra capacidad, somos protagonistas e independientes. En las que somos “inferiores”, ganamos en comodidad y nos evitamos obligaciones.
Pero este equilibrio aparente puede ser, a la vez, una trampa para nuestra relación. Por un lado, nos crea tensiones cada vez que a alguno le parece que el otro le invade su terreno. Y por otro, nos impide crecer como personas, porque difícilmente nos vamos a atrever a hacer algo diferente de lo que siempre hemos hecho.
Esto nos hace vernos limitados e incompletos y, lo que es peor, nos hace conformarnos con lo que creemos que somos, acomodándonos y perdiendo la fe en que podemos ser algo más: mejores personas y más completas, con nuevas habilidades que nos harán vernos más valiosos.