GANADORES
Maximiliano Martínez Sánchez y Mª Josefa Ramirez Ortuño
Hoy publicamos en nuestro Blog una verdadera historia de amor, la de los ganadores de esta edición 2018.
La historia ganadora tal como se presentó para el Premio, ya se publico el pasado día 14 de febrero AQUI, hoy publicamos la historia completa tal y como era originalmente antes de que tuviesen que acortarla para el concurso.
Yo nací en él año veintiocho y tú en veintiséis. Nos conocimos en el instituto. Ahora con 90 años, no recuerdas muchas cosas, por eso el otro día me preguntabas si yo tenía una capa azul, por saber si esa chica en la fila con una capa de ese color que venía a sus pensamientos era yo, y sí, si era yo. Pero puedo recordarte más cosas, como que pronto nos hicimos novios y al tiempo nuestras dificultades, como pareja, la moral tan estricta, la familia opinando. Recuerdo que teníamos que pasar la tarde paseando por la Calle Ancha con un cucurucho de pipas, porque no tenías dinero para invitarme a ningún sitio. Tu padre estaba en el exilio y no podía mandar mucho dinero, pero además no aceptabas que yo invitara, eso no lo podías tolerar.
Estudiaste la carrera con grandes apuros económicos, por lo que te esforzaste tanto, que caíste enfermo de tuberculosis, que entonces era una enfermedad muy grave. Yo te escribía y te mandaba magdalenas que hacía personalmente para ti, con el ordinario. No sé cómo llegarían a Madrid, pero en esos momentos era un regalo extraordinario.
Yo, mientras comenzaba a trabajar de maestra. Era la primera mujer y la primera persona de mi familia con estudios superiores y estaba muy satisfecha, pero la realidad de la aldea me superó. Ganaba tan poco que mi padre tenía que poner dinero para pagar la casa en la que me hospedaba. Las condiciones eran tan malas, entre la pobreza, la poca cultura de sus gentes, unido a la falta de los servicios mínimos, me llevó a abandonar y si no llega a ser por mi hermana que fue a suplirme, hubiera perdido la plaza. En ese momento llegó además nuestra primera crisis de separación. ¡Eras tan celos! ¡Me sentía agobiada! Lo dejamos y me fui a la Universidad a estudiar una carrera. Pero al poco tiempo me llamaste y nos reconciliamos, poco tiempo después pensamos en casarnos.
Tú, ya habías terminado la carrera de médico y tenías la consulta en casa de tus padres, pero decidimos irnos lejos de todos, para poder vivir nuestro amor en libertad, sin que los familiares por ambos lados nos agobiaran. Así, opositaste y llegamos al primer pueblo, estando allí nacieron nuestras dos primeras hijas. Eran condiciones duras, el agua, había que traerla con cántaros, para lavar tantos pañales, para todo. Me di cuenta de todo lo que había tenido en casa de mis padres y no había valorado, calefacción, agua corriente, la comida hecha a diario etc. y, sobre todo, el cariño y el apoyo de los míos, pero, aun así, creo que éramos felices. Yo era la maestra y tú el médico del pueblo, y con mucho trabajo llegábamos a todo.
Entonces te trasladaron otra vez, ahora más lejos. A la provincia de Murcia, pero a un pueblo todavía más pequeño, aquí tampoco había agua, había que sacarla de un aljibe, y sin luz. En ese año, ya con tres niñas, por no tener, no tenía nadie que me ayudara en casa y había tenido que pedir la excedencia para seguirte.
El tercer pueblo en tres años al que te seguí era algo más grande y aunque seguía sin tener agua, si tenía luz, con un rio cerca y muy pintoresco, por eso nos íbamos muchas veces a los alrededores y tu pintabas los paisajes mientras las niñas y yo merendábamos, cogíamos flores o jugábamos a la comba.
Fueron cuatro años de mucho trabajo, ya teníamos a nuestra cuarta hija y la gente te estaba agradecida, teníamos una habitación llena de melones, sandías, y todo tipo de hortalizas que nos regalaban. La consulta en la parte de abajo y allí había otra habitación donde daban a luz las mujeres, y lo mismo hacías eso, como análisis de sangre o ponías escayolas en los brazos. Muchas veces tuve que ayudarte a poner los rayos X y otras muchas de otras maneras, como cuando me decías:
-Reza que tengo que utilizar los fórceps.
No había fiestas, ni cine, ¡con lo que a mí me gustaba! sin casi vida social. Me pesaba lo mucho a lo que había tenido que renunciar, las comodidades de mi casa, mis amistades, mi familia y sobre todo mi profesión y con ello la independencia económica, que unido a las cargas familiares cada vez mayores me hacían a veces entrar en agotamiento nervioso y nos enfadábamos y reprochábamos porque los dos vivíamos estirando de nuestras fuerzas hasta el límite.
Esas cuatro niñas que habían nacido en solo cinco años de matrimonio absorbían nuestras energías, pero al tiempo eran fuente de nuestras mayores alegrías y se criaban libres y sanas en la naturaleza.
Cuando comprendiste que allí no podrían estudiar de forma adecuada, pediste el traslado otra vez y en esta ocasión ya llegamos a un pueblo de diez mil habitantes. Ahora trabajabas mucho más porque se sucedía el trabajo en el ambulatorio, con la consulta en casa. El nuevo médico tuvo mucho éxito y tenías mucha clientela, pero también celos y envidias. Recuerdo cuando llamaban por teléfono para decirme infundios sobre ti, que, si tenías tal o cual lío, yo sabía que no, que era mentira, pero me dolía.
En esos seis años fui presidenta de Acción Católica, me cobijé en la religión y me volqué en mi familia, porque, aunque tú siempre has respetado mis decisiones más importantes, como mi implicación en la ayuda a los demás y en la Iglesia, las crisis se sucedían debido a tu carácter y supongo que en alguna medida también al mío. Tenías un trabajo muy estresante y yo a veces me cansaba de ser el paño de lágrimas. Tanto, que caíste enfermo. El campo y la playa los fines de semana nos sirvieron para poder aflojar tensiones y recoger energía que nos ayudara a seguir.
Cuando a los 40 años tuve a nuestro deseado hijo, fuiste el hombre más feliz del mundo, el mejor regalo. Entonces concursaste por última vez para volver a nuestra ciudad, de la que habíamos salido 13 años antes, y ahora ya con hijos adolescentes nos dispusimos a asentarnos en nuestra primera casa en propiedad.
Fueron años complicados, otros abortos, la enfermedad de una de nuestras hijas, el cuidado de nuestros mayores. A veces esperabas más de mí de lo que te podía dar, me agotaban tus exigencias, tu excesiva dependencia de mí y el no recibir la atención verdadera que necesitaba, porque la mujer de un médico ha de saber que ha de estar para apoyar, más que para recibir. Pero otra vez lo superamos, seguimos adelante, conscientes de que teníamos unas responsabilidades que estaban por encima de nosotros
Los hijos se hicieron mayores y cuando ya no me necesitaban, pedí la incorporación como maestra. Así con cincuenta años tuve que reciclarme, empezar de nuevo realmente, porque nada era igual, incluso estábamos en un plan experimental, en el que no llevábamos libros, pero, aunque con miedo al principio, lo superé.
Disfruté de mi ansiada independencia económica y de la satisfacción de enseñar y me jubilé quince años después. Ya los dos sin cargos de trabajo, continuamos con los padres cuidándolos hasta el último momento. No pusiste reparos en que se viniera mi madre a casa, cosa que te agradecí enormemente. Siempre supiste estar por encima de las comodidades y actuar con rectitud.
Hubo días felices en esos años, ahora sé que sí, y llegarían otros de menor intensidad, más serenos, en la parcela, viendo crecer a nuestros doce nietos, nos quedaban los paseos en bicicleta por los alrededores, yo arreglando las malas hierbas y plantando semillas de calabaza, tu poniendo empentas en los árboles para que crecieran derechos, regando y arreglando. Seguramente todo esto resumía de forma metafórica lo que habíamos hecho con nuestros hijos, pacientes y alumnos.
Cuando llegó mi enfermedad, estuviste ahí, siempre pendiente, y cuando tu empezaste a deteriorarte, buscamos ayuda, aprendimos ahora humildemente a saber recibir después de tanto dar.
Nos hemos acompañado estos años, y hemos acompañado hasta a nuestros biznietos a quienes todavía has podido curar, y aunque el camino ha sido a veces duro, guiados por la fe y los valores adquiridos de nuestros ancestros, hemos aprendido a comprendernos y respetarnos.
Esa fe que me acompaña desde muy niña. Recuerdo cuando abrazada a mi abuelo, mirando al cielo, le pregunté
– ¿Quién ha hecho esto en el cielo tan bonito? – y él me dijo:
-Dios.
Hoy me volverás a preguntar varias veces:
– ¿Qué día es? -, y te diré:
– Es catorce de febrero, San Valentín, y llevamos setenta y tres años juntos, celebrándolo.
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Que linda historia de amor, donde el
sacrificio, la perseverancia, la aceptación y sobretodo el amor son las virtudes que reflejan el Dr. Maximiliano y la Sra. Maria Josefa. Dignos guerreros y ejemplo de Amor.
Muchas Felicidades y abundantes bendiciones
Tito y Silvya Zapata
EMM Hispano
Vancouver, BC – Canada
[…] Si todavía no habéis leído la historia de los ganadores podéis hacerlo AQUI […]